El individuo soberano como superación de la mala conciencia
Por: Mateo Cepeda Jaramillo (Egresado de la Universidad Nacional de Colombia)
Comentarios de Omar Contreras
Resumen
El segundo apartado del segundo tratado de la Genealogía de la Moral se ocupa de un tema inquietante: en él se habla del “individuo soberano”, algo que parece ser un posible tipo de hombre que se caracteriza por ser aquel “a quien le es lícito hacer promesas”. Aparte de un par de alusiones que se encuentran en cortos fragmentos de los apartados 1 y 3, el individuo soberano no vuelve a aparecer en lo que queda de la GM, razón que explica que este tema se olvide y no se le dé ninguna relevancia en el desarrollo temático del segundo tratado. En contraste con la poca importancia que se le otorga y con la ausencia de referencias posteriores por parte de Nietzsche a este tipo de hombre, parece que este es un asunto de gran importancia para el autor, cosa que se sospecha, por ejemplo, en el modo como alaba las virtudes de este “hombre libre” y lo presenta como un “fruto maduro” del largo proceso de la eticidad de la costumbre. El propósito de este ensayo será llamar la atención sobre el tema del individuo soberano. Para esto, ofreceré una interpretación del segundo tratado donde éste es uno de los temas centrales. A lo largo del texto defenderé las tesis de que a) el individuo soberano es un tema central del segundo tratado, pues permite darle unidad al texto y dar cuenta de varias afirmaciones difíciles de interpretar, y b) el individuo soberano es a la vez una superación de mala conciencia y, de alguna manera, una consecuencia de ella, pues las características del individuo soberano son opuestas a las de un individuo agobiado por la mala conciencia, a la vez que sus condiciones de posibilidad se relacionan con las condiciones de surgimiento de la mala conciencia.
Este texto estará dividido en varias partes. En primer lugar, explicaré por qué es importante ofrecer una interpretación del segundo tratado que pueda dar cuenta de algunas afirmaciones problemáticas de Nietzsche. A continuación, expondré la necesidad de hallar una salida a la mala conciencia y a la moralización de la deuda al replegarse en la mala conciencia y convertirse en culpa. Explicaré después el origen y desarrollo de la mala conciencia para entender en qué consiste. Mostraré también cómo el individuo soberano supera la mala conciencia y es la única alternativa explícitamente desarrollada por Nietzsche en el segundo tratado. Finalmente, mostraré cómo el individuo soberano y la mala conciencia tienen un origen común en el trabajo de eticidad de la costumbre; esto último consolida las tesis a y b.
Una interpretación del segundo tratado
Quiero comenzar por señalar dos problemas de interpretación que surgen al estudiar el segundo tratado de la Genealogía de la moral. En este tratado que lleva como título “‘Culpa’, ‘mala conciencia’ y similares”, Nietzsche se ocupa principalmente de los temas del origen de la memoria, el origen de la culpa en la deuda, el placer que produce la crueldad, el concepto de voluntad de poder y el origen de la mala conciencia. A diferencia de los tratados primero y tercero, donde hay una pregunta que se intenta responder a lo largo del tratado, y que da unidad temática al texto (¿cuál es el origen de los conceptos bueno-malo y bueno-malvado?, y ¿qué significan los ideales ascéticos?, respectivamente), parece que en el segundo tratado se abordan varios temas sin que haya un único tema central a lo largo del tratado, o sin que se llegue a ver la conexión entre algunos de ellos. Así, por ejemplo, no es muy clara la relación entre el origen de la memoria y el origen de la mala conciencia, y especialmente, en lo que respecta al tema del que se ocupa este ensayo, no se aprecia ninguna conexión clara entre el problema del individuo soberano y los demás temas desarrollados en el tratado.
Además de estos problemas de interpretación del tratado en su conjunto, encuentro también problemático el hecho de que el tema al que Nietzsche dedica una buena parte del tratado –la mala conciencia– sea desarrollado por Nietzsche de una forma parcial: en el tratado se explica el origen, desarrollo y alternativas a la mala conciencia, pero, como se verá, la alternativa principal presentada por Nietzsche no es una respuesta satisfactoria a este problema. Según esto, Nietzsche no presenta una solución al problema de la mala conciencia, que, como se verá a continuación, lejos de reducirse con el paso del tiempo se ha radicalizado.
A medida que avanza la explicación acerca de la mala conciencia, ésta, que en su origen es sólo un volcar los instintos contra sí mismo como consecuencia de la vida gregaria (del origen del “Estado”), se vuelve un fenómeno aún más complejo con el repliegue de la culpa a la conciencia y su entrelazamiento con el concepto de Dios. Nietzsche muestra en los numerales 19, 20 y 21 cómo lo que es inicialmente una deuda, entendida en su sentido más primitivo de compromiso entre deudor y acreedor, se va haciendo cada vez más impagable, y al final, tras un proceso de modificación –más concretamente, de moralización– se repliega a la conciencia, volviéndose toda contra el deudor y haciendo que la mala conciencia se extienda y crezca “como un pólipo a todo lo ancho y a todo lo profundo” (118); la deuda se vuelve impagable y se convierte en culpa, adquiere una connotación moral.
Este repliegue de la culpa y la deuda a la mala conciencia le brinda al hombre un nuevo instrumento de auto-tortura, una forma más radical de mala conciencia donde ya no sólo el hombre vuelca todos sus instintos sobre sí mismo, sino que además, ahora que tiene en el concepto de Dios la negación de sus instintos de animal, asume una deuda con Dios por sus instintos y una pena que nunca será equivalente a su culpa. Puede decirse que este repliegue de la culpa en la mala conciencia haría de esta última algo mucho más difícil de superar de lo que era en su estado inicial. Mientras que la mala conciencia, en su origen, se agotaba en los instintos inhibidos, ahora con la moralización se convierte en algo más dañino: el hombre no sólo se ve obligado a inhibir sus instintos, sino que los ve como algo reprochable, se niega a sí mismo y se siente miserable ante Dios. Es por esto que parece que en el segundo tratado la pregunta acerca de cómo se puede “curar” la enfermedad de la mala conciencia queda sin respuesta, pues no se ve cómo puede pagarse la deuda, que en su inicio era sólo una deuda con los antepasados y ahora se ha convertido en una deuda con Dios que es pura culpa: deja de ser una simple relación contractual deudor-acreedor para adquirir un sentido moral.
Entonces, esa deuda que, según lo que dice Nietzsche en el numeral 20, parecía poder disminuirse, y quizá llegar a saldarse por la disminución de la creencia en Dios, ahora, al moralizarse, se convierte en algo cada vez más impagable. Incluso, la esperanza que se anuncia en el numeral 20 de que el ateísmo pueda saldarla se muestra pronto como ingenua. Esto parece ser lo que nos deja el desarrollo de la culpa y la mala conciencia en el segundo tratado: una mala conciencia que se extiende, crece y perjudica más al individuo; y una deuda que se ha vuelto impagable y se ha transformado totalmente en culpa. ¿Hay alguna forma de superar esta enfermedad de la mala conciencia que convierte al hombre en un animal tan miserable y despreciable?
Quiero dar algunas razones para mostrar que el individuo soberano logra superar la mala conciencia en su forma más terrible, la forma que adquiere con la aparición del cristianismo que trae consigo la moralización de la deuda. También, quiero sostener que la solución del individuo soberano es la más satisfactoria de las que se pueden encontrar en el segundo tratado. Para defender esto, será necesario, primero, ofrecer una explicación acerca de en qué consiste la mala conciencia y cómo se desarrolló desde su origen. Después, habrá que analizar la alternativa explícita que Nietzsche ofrece a la mala conciencia en el numeral 23 –la alternativa usada por los griegos, quienes acusaban locura y culpaban a los dioses de su demencia– y mostrar por qué considero que esta no proporciona una solución satisfactoria a la mala conciencia. Finalmente, será necesario analizar las características del individuo soberano y las condiciones de su origen para, primero, entender la manera como supera la mala conciencia y, después, mostrar cómo ese origen es posible gracias a la eticidad de la costumbre y la mala conciencia. Todo esto permitirá, como se verá más adelante, dar sentido a las afirmaciones problemáticas de Nietzsche y proponer una unidad temática del tratado.
Origen de la mala conciencia
La mala conciencia, en su origen, surge cuando se da ese drástico cambio que convierte al hombre en un ser social que vive en comunidad junto a otros hombres. Al darse este cambio, el hombre debe inhibir sus instintos y, como ya no puede satisfacerlos, estos instintos se vuelcan sobre él mismo. Recordemos también que este proceso no es un cambio gradual y tranquilo, sino que, para Nietzsche, el Estado se origina cuando una tribu de conquistadores y señores subyuga a otra a través de la violencia: no hay contrato social sino una dominación de una población por parte de señores de la guerra. Este cambio drástico obliga al hombre a volcar sus instintos sobre sí mismo, como un animal enjaulado que, no encontrando otra salida a su instinto de libertad, se golpea frenéticamente contra los barrotes de la jaula. La mala conciencia es, en su origen, un instinto de libertad reprimido, una voluntad de poder volcada hacia dentro que no puede exteriorizarse, una negación de los instintos animales que surge al mismo tiempo que el Estado, esto es, la vida del hombre en sociedad.
No obstante, como se ha mencionado antes, lo anterior presenta sólo el estado de la mala conciencia en su origen, antes de su posterior “desarrollo”, que es cuando la deuda se moraliza y se repliega en la conciencia. Veamos cómo se da este proceso: dentro de esta vida comunitaria, los hombres se sienten en deuda con las generaciones precedentes que fundaron la comunidad y aseguraron el futuro de su descendencia. Esta deuda con los fundadores y las generaciones anteriores se va acrecentando a medida que aumenta el poder de la comunidad, hasta que llega a ser tan grande en las poblaciones muy poderosas que la deuda produce en la comunidad la imagen de que sus antepasados son dioses cuya labor hay que exaltar, perpetuando la deuda.
Como se mencionó antes, este sentimiento de deuda con la divinidad fue creciendo a medida que fue aumentando la importancia del concepto de Dios, hasta llegar a su punto máximo con el Dios cristiano. En este estado de desarrollo, la deuda se moraliza, se transforma en culpa y se repliega a la mala conciencia cuando ésta se entrelaza con el concepto de Dios. Este proceso de moralización, este entrelazamiento de la mala conciencia con la idea de Dios cristiano trae consigo una alteración muy significativa: la mala conciencia, que en su inicio era sólo una forma de volcar los instintos sobre sí mismo, coaccionada por una fuerza exterior que se imponía sobre el individuo, ahora adquiere una connotación moral, que en forma de sentimiento de culpa, de reproche, se revela como una forma de auto-tortura: ahora no sólo no podemos liberar nuestros instintos, sino que nos culpamos a nosotros mismos por tenerlos, nos avergonzamos ante Dios por causa de ellos.
Es importante resaltar en este punto que la mala conciencia, tanto en su origen como en su posterior desarrollo, está siempre conectada con la sociedad, con la vida gregaria del ser humano. La mala conciencia surge simultánea con el “Estado”, mientras que la deuda se acrecienta en la medida en que crecen y se vuelven más poderosas las sociedades y se moraliza con la llegada del cristianismo, un fenómeno claramente social. Este aspecto de la mala conciencia será importante al momento de mostrar cómo ella, al igual que las condiciones del individuo soberano, son consecuencias de ese largo proceso de establecimiento y consolidación de la sociedad que Nietzsche denomina “eticidad de la costumbre”.
La locura como alternativa
Ahora que se ha explicado el origen de la mala conciencia y su posterior entrelazamiento con la idea de Dios, vale la pena ver si existe alguna forma de escapar de ésta, que es la más “terrible enfermedad que hasta ahora ha devastado al hombre” (ver 120).
Después de explicar cómo se da la moralización de la deuda, Nietzsche afirma que, contrario a este resultado, hay formas más nobles de usar la idea de los dioses. Los griegos, en lugar de inventar a los dioses para autoflagelarse y negarse a sí mismos, evadían la mala conciencia acusando locura. Al realizar sus acciones más desmedidas los griegos no le daban una carga moral a su forma de actuar; sólo la entendían como insensatez, y culpaban a los dioses de esa insensatez, acusándolos de ser la causa del mal. Ésta es la forma como la locura permitía a los griegos mantenerse lejos de ese “hacerse sufrir a sí mismo” y liberar de alguna forma sus instintos, en lugar de volcarlos siempre hacia adentro.
A pesar de que la locura parece ser una buena alternativa a la mala conciencia, creo que no puede considerarse como una salida muy satisfactoria por varias razones. En primer lugar, la locura es una actitud que trae consigo una negación de sí mismo, en palabras de Nietzsche, un decirse “no a sí mismo”, cosa que siempre es negativa pues atenta contra las inclinaciones naturales. Aunque el hombre griego no se cargue sobre sí un sentimiento de culpa o algún reproche moral por su forma de actuar, al acusar locura está negándose y viendo sus instintos naturales, su forma de actuar, como algo reprochable y negativo, producto de un disparate de los dioses. Para superar la mala conciencia se requeriría, por el contrario, una afirmación de las inclinaciones naturales; se requerirían individuos que, como indicará Nietzsche en el numeral 24, logren identificar la mala conciencia con toda inclinación innatural, invirtiendo así su significado (122).
Otra importante razón por la que la locura no puede ser una alternativa satisfactoria consiste en que para superar la mala conciencia se requiere, ante todo, hombres libres, que rijan su acción por su voluntad y no siguiendo preceptos religiosos impuestos o, como en el origen de la mala conciencia, leyes establecidas por grupos dominantes por medio de la fuerza y la tortura. Es claro que un hombre loco no puede considerarse realmente como un individuo libre, pues muchos de sus actos pueden tomarse como involuntarios, causa de su desajuste mental, y no como surgidos de su propia voluntad.
La tercera razón para sostener que la locura no puede valer como una alternativa para la mala conciencia es que, como se mostró antes, la mala conciencia de que padecían los griegos no era un fenómeno tan problemático y cargado de moral como el que se da más adelante con la aparición del cristianismo y la moralización de la deuda. Si bien los griegos podían eludir así la mala conciencia no se ve qué tan verosímil puede ser este método una vez se ha dado ya la transformación de la deuda en culpa; no parece muy probable que este método sirva para librarse de esta forma más peligrosa de mala conciencia. Por ejemplo, un cristiano no sería capaz de culpar a Dios por sus actos acusándolo de haber trastornado todo dado que, como indica Nietzsche, el hombre que carga sobre sí esta forma desarrollada de mala conciencia ve a Dios como negación de todos sus instintos de animal, como un ser santo e infinitamente bondadoso. Además, mientras que el griego veía sus actos “malos” como simples “locuras”, sin atribuirles ninguna carga moral negativa, el hombre que carga sobre sí la mala conciencia donde la culpa se ha replegado ve sus actos como malos y reprochables. Es por eso que el griego es capaz de no darles mucha importancia y atribuir la culpa a los dioses, mientras que el cristiano los considera como graves faltas y no puede hacer otra cosa que culparse a sí mismo por haberlos cometido. En síntesis, si acaso la locura puede ser una alternativa a la mala conciencia, esta soólo serviría contra una forma no “evolucionada” de mala conciencia en la que todavía no se encuentra replegada la deuda y a la que todavía no se ha entrelazado la idea de Dios.
Individuo soberano y mala conciencia
Me detendré ahora en explicar qué es el individuo soberano, cuáles son sus principales rasgos y cómo surge, para poder entender cómo es que este tipo de hombre puede superar la mala conciencia y cómo también toda la historia del desarrollo de la mala conciencia tiene su justificación en él. Para probar esto último, será necesario mostrar cómo la eticidad de la costumbre, que es condición de posibilidad del individuo, es también la que trae a la tierra la mala conciencia en dos momentos fundamentales de su desarrollo: en el momento del origen del Estado, y en la época de auge de las civilizaciones.
El individuo soberano como superación de la mala conciencia
Conviene aquí citar el fragmento en que Nietzsche menciona las principales características del individuo soberano:
[…] encontraremos como el fruto más maduro de su árbol, al individuo soberano, al individuo igual tan sólo a sí mismo, al individuo que ha vuelto a liberarse de la eticidad de la costumbre, al individuo autónomo […], y en él, una conciencia orgullosa, palpitante en todos sus músculos, de lo que aquí se ha logrado por fin y se ha encarnado en él, una auténtica conciencia de poder y libertad, un sentimiento de plenitud del hombre en cuanto tal. Ese hombre liberado, […] este señor de la voluntad libre, este soberano […] (77-78).
El individuo soberano se define así como un hombre autónomo y libre, orgulloso de sí mismo y consciente de su poder y su libertad, orgulloso de sus instintos. Estas cualidades se deben, en gran parte, a ese privilegio único que tiene el individuo soberano de poder hacer promesas lícitamente, pues su libertad, su confianza, su capacidad para calcular medios y fines, su poder sobre sí mismo y sobre el destino y su fuerza le permiten prometer seguro de que va a cumplir su palabra, puede prometer “incluso frente al destino” (77). Esta fuerza del individuo soberano y su capacidad para mantener sus promesas frente a las adversidades le otorgan una conciencia de su poder y de su libertad, y esta conciencia vuelve su instinto dominante, al que llama conciencia (ver 79).
Esta descripción de las cualidades del individuo soberano posibilita afirmar enfáticamente que él supera la mala conciencia, pues todos sus rasgos principales son contrarios a los del hombre que carga sobre sí la mala conciencia. Veamos: mientras el hombre de la mala conciencia es desde el comienzo una especie de “animal encerrado en su jaula” dado que su libertad le es arrebatada por las hordas dominantes que crean el Estado, el individuo soberano se caracteriza por ser un “hombre autónomo y libre”. El hombre del cristianismo se siente miserable, indigno y avergonzado de sus instintos (119); el individuo soberano tiene un “sentimiento de plenitud del hombre en cuanto tal”, se exalta a sí mismo como hombre, exaltando sus instintos humanos. El hombre de la mala conciencia teme a Dios, al castigo, al destino; el individuo soberano puede llegar a prometer contra el destino. El hombre de la mala conciencia se dice no a sí mismo, niega sus instintos; el individuo soberano se dice sí a sí mismo con orgullo (79). Los instintos de un hombre de la era del cristianismo se han volcado sobre el individuo, transformándose en mala conciencia, esclavizando al hombre; el instinto dominante del individuo soberano es su “conciencia”, un sentimiento de poder y libertad, algo que manifiesta al exterior y que lo hace sentir orgulloso.
El individuo soberano y la eticidad de la costumbre. Interpretación de las afirmaciones problemáticas: el individuo soberano como futuro y como justificación
Ahora que se ha visto cómo los rasgos del individuo soberano son opuestos a los del hombre que tiene sobre sí el peso de la mala conciencia –evidencia a favor de la tesis de que el individuo soberano supera la mala conciencia–, me ocuparé a continuación de los requisitos del individuo soberano que se logran gracias al proceso de eticidad de la costumbre. Este análisis mostrará en qué medida las condiciones que permitirían la aparición del individuo soberano están relacionadas con las circunstancias en que surge la mala conciencia. Finalmente, el hecho de que el origen de este tipo superior de hombre esté relacionado con el origen de la mala conciencia ayudará a darle sentido a las dos afirmaciones problemáticas de Nietzsche mencionadas antes, y será un argumento para sostener que el tema central del segundo tratado es explicar la historia de la mala conciencia y la forma como todo este proceso y sus consecuencias son un proceso necesario para la aparición del individuo soberano.
Como explica Nietzsche, un aspecto central requerido para que sea posible un individuo soberano debe obtenerse con el trabajo de la eticidad de la costumbre, es decir, con el establecimiento de la sociedad y todas las consecuencias que ella trae, tales como las normas, leyes y formas comunes de comportarse, que hacen a todos los hombres seres sociales iguales, en tanto todos tienen que acogerse a las mismas leyes, pues de lo contrario serán castigados, o expulsados de la sociedad. Nietzsche expresa claramente la importancia del proceso de eticidad de la costumbre para la posibilidad de existencia de individuos soberanos:
Aquella tarea de criar un animal al que le sea lícito hacer promesas incluye en sí como condición y preparación, según lo hemos comprendido ya, la tarea más concreta de hacer antes al hombre, hasta cierto grado, necesario, uniforme, igual entre iguales, ajustado a regla, y, en consecuencia, calculable. El ingente trabajo de lo que yo he llamado “eticidad de la costumbre” –el auténtico trabajo del hombre sobre sí mismo en el más largo periodo del género humano, todo su trabajo prehistórico, tiene aquí su sentido, su gran justificación […]; con ayuda de la eticidad de la costumbre y de la camisa de fuerza social el hombre fue hecho realmente calculable (77).
Entre las cualidades con que debe contar un individuo soberano, que se precia de poder prometer lícitamente, está la capacidad de representarse a sí mismo en el futuro, viendo todos los obstáculos que se interponen entre su promesa actual y la eventual satisfacción de esta, y así ver el camino a seguir una vez que ha prometido algo. Esto no es otra cosa que calcular, poder pensar causalmente y esto es algo que, de no ser por el surgimiento del Estado, el hombre nunca haría, pues le bastaría dejarse guiar por sus instintos animales para sobrevivir en un estado de libertad primitiva. Por el contrario, el cambio radical que produce el Estado en la forma de vida del hombre, al obligarlo a inhibir sus instintos y volcarlos sobre sí mismo (originando la mala conciencia), al obligarlo a depender de su habilidad para calcular, trae como consecuencia que el hombre deba aprender a pensar, razonar, calcular y combinar causas y efectos (108).
Sin el trabajo de eticidad de la costumbre no hay hombres que puedan pensar causalmente y calcular, y sin esto es difícil imaginar un hombre que pueda prometer lícitamente, pues no se puede atribuir este derecho a una persona que no tiene siquiera la capacidad de encontrar un camino de acción para cumplir su promesa. De esta forma, todo este trabajo bárbaro del origen del Estado, que trajo consigo la consecuencia de la mala conciencia, tiene un sentido, una justificación: hacer al hombre calculable y permitir así que el hombre cumpla con un requisito importante para prometer lícitamente. En este punto se comprende ya cómo el origen de la mala conciencia y el desarrollo de los requisitos del individuo soberano se hayan conectados, pues ambos se derivan del mismo trabajo de eticidad de la costumbre.
Es en este sentido que debe entenderse la tesis de que sin mala conciencia tampoco se puede alcanzar esa especie superior de hombre que es el individuo soberano: la eticidad de la costumbre, aunque origina la mala conciencia, también permite el surgimiento de facultades como el razonamiento o la memoria; si el hombre no hubiera tenido nunca que volcar sus instintos hacia dentro no hubiera podido volverse “calculable”, pues no hubiese tenido que valerse de sus capacidades racionales, en lugar de usar sus instintos animales, para sobrevivir.
Acá es importante aclarar que este cálculo del que es capaz el individuo soberano, lejos de constituir una forma de negarse a sí mismo, como es el caso del hombre que lleva sobre sí la mala conciencia, es lo que constituye precisamente la afirmación de su voluntad, su libertad y su instinto dominante. El hombre de la mala conciencia calcula porque no tiene otra forma de guiarse en el mundo, pues sus instintos han sido inhibidos y los ha tenido que volcar sobre sí mismo en un acto de negación y auto tortura. En cambio, es precisamente el cálculo del individuo soberano lo que le permite desarrollar su instinto dominante, su poder sobre sí y sobre el destino (79). Ese instinto se refleja en que le sea lícito hacer promesas y exteriorizar su propia voluntad en una auténtica conciencia de poder y libertad, pues él puede responder responder de sí, puede incluso prometer frente al destino (78). La libertad que le otorga su responsabilidad es, de cierta forma, consecuencia de su habilidad para calcular.
De acuerdo con esto, las condiciones de surgimiento de un individuo soberano no pueden darse sin el surgimiento de la mala conciencia, pues esta es inseparable del proceso de la eticidad de la costumbre, de la formación del Estado. Tanto la mala conciencia, como el individuo soberano son “frutos” de la eticidad de la costumbre, aunque el segundo es un fruto maduro, tardío, que ha colgado amargo por mucho tiempo. Esto permite interpretar también las muy problemáticas afirmaciones de Nietzsche mencionadas al comienzo de este trabajo: la mala conciencia es una enfermedad como el embarazo y una cosa llena de futuro porque, pese al sufrimiento y humillación que trae al hombre, es un paso necesario para alcanzar una forma superior de hombre que es poseedor de una forma superior de libertad: el individuo soberano. Tanto la mala conciencia como la eticidad de la costumbre son dos cosas indeseables pero son también un medio para algo superior:
Situémonos, en cambio, al final del ingente proceso, allí donde el árbol hace madurar al fin sus frutos, allí donde la sociedad y la eticidad de la costumbre sacan a luz por fin aquello para lo cual ellas eran tan sólo un medio, encontraremos como el fruto más maduro de su árbol, al individuo soberano, al individuo igual tan sólo a sí mismo, al individuo que ha vuelto a liberarse de la eticidad de la costumbre, al individuo autónomo, situado por encima de la eticidad [...] (77-78)
Conclusión
Ahora que se explicó cómo el individuo soberano supera la mala conciencia, cómo algunas condiciones necesarias del individuo soberano y la mala conciencia tienen un origen común en el trabajo de la eticidad de la costumbre, y cómo estos dos hechos permiten interpretar las afirmaciones problemáticas de Nietzsche, sólo resta extraer de todo esto la conclusión de que un tema central del segundo tratado es la explicación del trabajo de la eticidad de la costumbre, que trae como consecuencia la mala conciencia y su desarrollo, y posibilita el surgimiento del individuo soberano. El individuo soberano constituye la superación tanto de la eticidad de la costumbre como de la mala conciencia, y es el fin para lo cual las anteriores son sólo medios. Esta interpretación del tratado no sólo permite interpretar afirmaciones problemáticas de Nietzsche, sino que también permite darle una unidad a los temas del tratado, resaltando la importancia de esos temas difíciles de encajar en una interpretación del segundo tratado donde lo central sea el origen de la mala conciencia.
Bibliografía
Leiter, B. (n.d.). Nietzsche's Moral and Political Philosophy. Retrieved April 30, 2009, from http://plato.stanford.edu/archives/win2007/entries/nietzsche-moral-political/.
Nietzsche, F. W. (1997). La Genealogía De La Moral Un Escrito Polémico. Madrid: Alianza.
Risse, M. (2001). The Second Treatise in Genealogy of Morality: Nietzsche on the Origin of the Bad Conscience. European Journal of Philosophy, 9(1), 55-81.
Por citar dos ejemplos. En el artículo de la Stanford Encyclopedia of Philosophy sobre la filosofía moral de Nietzsche no se hace siquiera referencia al tema del individuo poderoso en GM II (Leiter, Brian, "Nietzsche's Moral and Political Philosophy", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2007 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = ). Más sorprendente aún es el caso del artículo de M. Risse dedicado a ofrecer una interpretación del tratado segundo a través del tema de la mala conciencia (“The Second Treatise in On the Genealogy of Morals: Nietzsche on the origins of bad conscience”. European Journal of Philosophy (2001): 55-81). Al comienzo del artículo, el autor declara explícitamente que no se ocupará de los temas tratados en los tres primeros numerales, esto es, los numerales donde se introduce el tema del individuo soberano.